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Mostrando entradas de agosto, 2020

Perdedor

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  A un gran perdedor como yo, no le hace justicia una sola historia, en cambio citaré (a continuación y sin respiro, sin repetir y sin soplar, todas las microveces que me convirtieron en un perdedor diplomado) cuando el test de embarazo le dió positivo/ el día que no te crucé/ la leche caliente que no pude alcanzarle al pibe de la calle/ los exámenes que aprobé/ el día que le dije que no/ la noche que le abrí la puerta/ los silencios que no rompí/ las cartas que escribí y no se merecían/ las canciones que no quise escuchar/ esa marcha atrás que juré no hacer/ el crédito bancario que no pedí/ las citas que llegué tarde/ las citas que llegué temprano/ la fiesta que no quise ir/ los hombros que cargué con culpas/ la chica de la esquina y su sonrisa perfecta/ el perro que no rescaté/ el arroz pegado en el fondo de la olla/ la canilla goteando a las tres de la mañana/ los murciélagos que no maté/ los penales que no pateé/ las desideratas que no escribí/ los fuegos que supe armar/ la cam...

Vidrios

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 Vení para acá Constanza, te grité como loco desde la ventana del living mientras te veía correr cruzando la calle, el asfalto gris, negro plomizo como el cielo que te contorneaba la figura, juro que la bufanda roja que tenías puesta volaba como cisne pesado a la vuelta de tu cuello, de tus hombros, aleteaba en tus oídos vaya uno a saber que cosa te decía, mejor mucho mejor, de las que yo podría haberte dicho.  Y había hablado mucho esa tarde noche, vacío de sentido vocalizaba lo indecible de mis ojos, de mis ojos sucios que te miran siempre Constanza, aunque creas que no, aunque sientas la soledad penetrarte la garganta a las siete de la tarde de un miércoles cualquiera, no puedo hacer otra cosa más que mirarte porque tocarte no puedo, ni debo, aunque me muera de las ganas, aunque adivine tu deseo, aunque se me agrieten todos los papeles que me alcanzas con cualquier excusa todos los días desde la oficina con ese pasito de cervatillo herido, suplicante, penoso. No puedo tocar...

Julián

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  El mar me trae siempre el salado de su boca que nunca probé, el romper de las olas quizás sea mi furia contenida, mi impotencia de no tenerlo, el deseo que se volvía espuma blanca,etérea, absorbiendose en la arena de sus ojos. Hace frío siempre que lo recuerdo, porque era invierno helado cuando lo ví, entré al aula y lo ví.  La sangre en las venas se hizo lenta y pesada, me puse pálida por la falta de circulación,supongo, los ojos abiertos, sin pestañear ante la imagen, mis trece años agolpados en un solo latido, en un sólo momento, la presencia de Julián Sanz, inefable en mi vida, desde ese ocho de agosto de mil novecientos noventa y tantos, no recuerdo, todos los detalles están difusos, imprecisos, callados porque la mente no engaña ni miente solo nos difumina las historias. La cuestión es que él estaba ahí y yo también, pero no pasó mucho tiempo hasta darme cuenta que nunca me vería, que difícilmente conversaríamos de filosofía en la mesa de café de un bar de mala muerte,...

Diecisiete

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Veníamos de enterrar a mamá. Con mi hermano decidimos volver los quince kilómetros que nos separaban de la casa, a pié. No nos importó que los autos quedaran estacionados ahí, en la puerta del cementerio parque, ya los buscaríamos, seguramente mañana o el lunes a la siesta.  Un poco lo hicimos para hacernos los raros, eso a ella le encantaba y se reía a gritos, le gustaba que estemos juntos y que hagamos cosas tontas, y otro poco porque teníamos los ojos hinchados, la voz deformada de tanto llorar, y no queríamos seguir con los besos y abrazos y el "ojaladioslesdépaz" y los "losientomucho".  Me colgué de los hombros de mi hermano, que era más alto que yo, a pesar de ser el menor, porque supuse que le tocaba sostenerme, porque me caía de la sensación de vacío, porque me descomponía el olor a flor vieja y sucia de los cementerios. Así colgado empecé a caminar, empezamos los dos a desandar la calle, tristes, huyendo del resto de los deudos y sus recomendaciones para no...