Tinita



La vieja por fuera parecía normal, jamás se dejaba crecer ni una cana y se embadurnaba con crema antiarrugas la cara todas las noches.

Tanto se ponía la crema, que la piel no  envejecía, y daba la impresión que el efecto se expandía a todo el cuerpo porque la vieja nunca se encorvó, ni usó bastón, nunca en su vida.

Yo nací en contra de su voluntad, a pesar de sus intentos caseros para que mi mamá abortara, a pesar del té de perejil que le daba de tomar todas las noches, la vieja no se olvidaba nunca de la infusión y le decía a mi mamá, que era más inocente que yo sin nacer, que era un remedio para evitar la acidez del embarazo, que cortaba las náuseas, que lo tome tranquila mientras mi papá miraba de reojo sin importarle demasiado porque en realidad, él , tampoco quería que yo naciera.

Así fue que mi mamá religiosamente todas las noches tomaba el té de marras, hasta los tres meses de gestación, porque vió ella en la tele,  que ahí era cuando se acababan los vómitos, y le dijo que gracias, que no iba a tomar más, que ya se sentía mejor.

La vieja se desilusionaba cada mes que mi mamá no le comunicaba un sangrado, moría de rabia cuando veía crecer la panza, cuando la veía a Maricela, mi mamá, aumentar a puntadas en la máquina de coser, más elástico en la cintura de los pantalones, de las polleras, para darme espacio a crecer.

Según me cuentan las vecinas del barrio, la vieja la obligaba a Maricela a trapear toda la casa, porque cómo podía ser que no colaborara, que ahí nadie era millonario, que había que cortar leña, subirse a las escaleras y sacar toda la telaraña, y cuando mi mamá apenas quería quejarse o pedirle a mi papá que haga el trabajo por ella, que tenía miedo por el embarazo,  la vieja le gritaba que el hombre sale a trabajar, que sea la última vez que lo molestaba con esas cosas, éstas chicas modernas con aires de princesa, mascullaba la vieja mientras caminaba lenta y altiva por el pasillo de la casa donde todos vivíamos, incluso yo, sin su permiso.

La cuestión es que contra todo pronóstico biológico y funcional terminé naciendo en la clínica del pueblo, por alumbramiento normal y después de treinta y seis horas de trabajo de parto, porque qué se cree ésta, dijo la vieja, una cesárea sale fortunas y menos que menos, para traer una chinita que no va a servir para nada, que no va a poder trabajar porque seguro sale con aires de realeza, como la madre.

Hay una sola foto de ese día, donde aparece mi mamá desfigurada de cansancio, con un orgullo que le brilla en los ojos con los que mira a la cámara, con el alivio de haber sobrevivido a la tortura de traerme al mundo, agarrándome fuerte contra el pecho como queriendo salvarme de la vida que presentía que yo, iba a tener.

 En el lado izquierdo de la foto sale mi papá con cara de nada, con la mirada perdida, como diciendo cuando se termina ésto que tengo que ir a encofrar una losa.

 Y al lado de él, la vieja zorra sonriendo a la posteridad divina y bien arreglada, anticipando su papel de abuela buena con el que me engañó los cinco primeros años de mi vida, hasta que Maricela, un día cualquiera, un día de tantos, y como si yo no le hubiese sido suficiente, se colgó del terebinto al fondo de la finca.

Pasaron dos días hasta que la encontraron, yo llamándola día y noche y la vieja que decía, seguro se encontró con algún tipo y anda por ahí haciendo lo que no se debe, no imites las cosas malas de tu mamá, Faustina por favor.

La vieja me había elegido ese nombre horrible, que me sonaba a prócer y a error, y me lo pronunciaba así todo entero y con mayúscula sibilando la efe con el borde de los dientes de arriba presionando en el labio inferior, para recordarme lo rancio y lo malo que había en mí.

En cambio, mi mamá , a escondidas me decía Tina, Tini, Tinita. 

Mucho no me gustaba tampoco y hacía pucheros y ella me decía, cómo querés llamarte y yo le contestaba toda solemne Maria Gracia, como la princesa, ella se reía y suavecito me decía Mariagra, Greisy mía, y nos dormíamos las dos abrazadas, entrelazadas.

El día que me quedé sin mi mamá, con apenas cinco años recién cumplidos, el día que la soga la ahorcó a ella, y me asfixió a mí también, aunque seguí caminando y hablando y comiendo y haciéndome fuerte, porque tenía un solo objetivo en mente, y gracias a Dios la vieja nunca usó bastón, qué va.

Pero un día, se quebró una pierna por los huesos porosos, descalcificados, y tuvo que andar paralítica por un tiempo , y justo resultó ser que yo era la única que le quedaba en la familia , yo fui la única que cuando crucé esa autopista de ocho carriles de tránsito pesado, en hora pico, empujando la silla de ruedas a la velocidad de una tortuga,  la escuché a la vieja decir por última vez, con tono almibarado, apurá un poquito el paso por favor que tengo miedo, hay mucho tráfico Tina, Tini, Tinita.



Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

ACUARELAS

EL HOMBRE

Vidrios