El Don
EL DON
Cuando quería dormirse, cerraba los párpados suavemente, sin hacer fuerza, e imaginaba la entrada de un vórtice negro de agua que giraba hacia algún lado y del cual no se veía el final. Entonces, se sentaba en el borde y se empujaba a sí misma hacía el interior, sintiendo como golpeaba suave en las paredes líquidas. Nunca supo qué pasaba al llegar abajo, porque la técnica funcionaba a la perfección y antes de llegar a la mitad del camino, se quedaba profundamente dormida. Muchas noches intentó, conscientemente, caer hasta el fondo. Llegaba del trabajo y cenaba mucho, se preparaba pantagruélicas comidas, para sentirse pesada, llena, y de postre se tomaba el café más negro que podía pasar por la garganta.
Sin sueño alguno y con dolor de panza, se lavaba la cara con agua fría, dejaba la luz prendida y de acuerdo a la estación, no encendía el ventilador para que le hiciera calor, o no prendía el calefactor, para sentir frío. Instalaba un escenario incómodo para ver si podía llegar a la parte más estrecha del vórtice. Infructuosamente caía sin conocimiento al llegar a la mitad del trayecto, como gran logro, a las tres cuartas partes.
Se despertaba al otro día, muerta de frío o transpirada, con la luz en la cara y el sol por todas partes. Enojada. En estos crueles asuntos, pasó muchos años de su vida, frustrándose una y otra vez.
Había ayudado también a mucha gente.
A don Cosme que sufría tremendos dolores, le explicaba suavecito cómo tenía que hacerlo.
La voz empezó a correr por todo el pueblo y la que tenía el don de dormirse cayendo por un vórtice de agua se hizo famosa. El rumor anduvo de casa en casa y recibía el llamado de madres con niños hiperkinéticos, de puérperas recientes con bebés atormentados por los cólicos. Entonces ella llegaba a cada casa a darse a la misión de transmitir la técnica, al insomne aquejado, tratando de no quedarse dormida ella, en el proceso.
Pronto fue su medio de vida, por tanto mucha gente requería de sus servicios. Le regalaban alimentos, ropas, calzado. Hasta un cliente muy agradecido le regaló una casa. Y los que podían, le pagaban un sueldo completo. Nunca más tuvo que preocuparse por temas como las facturas de luz o de gas, la hipoteca, la única preocupación de su vida era pensar estratégicamente cómo llegar al final del cono de agua. Se acordaba de los nombres de cada uno de sus pacientes, de sus dolencias, porque además tenía el don de la memoria prodigiosa. Aún así llevaba un cuaderno donde anotaba sus datos y los motivos del insomnio, y también qué técnica desarrollaría para explicarles el proceso de visualizar el vórtice.
Con los años fue desarrollando un método para cada edad, y para ella, un atajo para continuar despierta. Trabajaba todas las noches pero no importaba. Ya sabemos que no tenía inconvenientes para dormirse en cualquier momento del día.
El diagnóstico del médico fue insuficiencia cardíaca severa. Llegaron a esa conclusión después de un par de episodios de dolor en el pecho, y miles de estudios. Se asustó un poco y causó tristeza entre todos sus pacientes. Le preguntó a su médico qué posibilidades había de un infarto, el médico le dijo que muchas, por supuesto, pero que había medicamentos para controlarlo. Le hicieron firmar un consentimiento informado cuando se negó a tomarlos. Salió victoriosa del hospital.
Por fin, lo había logrado.
No tenía dudas.
El infarto sería la autopista final, que la llevaría a ver la parte más estrecha del vórtice.

Comentarios
Publicar un comentario