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EL HOMBRE

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  Abrió los ojos despacio. Cómo quien no quiere la cosa. Era temprano como siempre, como cada día, como cada uno de éstos días, en especial. Se quedó un rato mirando a través de la cápsula, esa tapa translúcida que reflejaba todo, que no dejaba escuchar lo que pasaba afuera, a él que le costaba no escuchar, a él que comprendía todo lo que estaba detrás de las palabras desde que nació. Maldijo cada minuto de su existencia, lo maldijo todo, menos a su madre. Que tipo de hombre maldice a su madre. Se rió fuerte pero no se escuchó a través del acrílico insonoro. Cerró los ojos de nuevo, le pesaban debajo de las cejas, le ardían, tenía que dormir más, un rato más. Se masajeó un poco las sienes como dando cuerda al cerebro añoso. La maniobra funcionó y la trajo a ella. De un modo imaginario pero la trajo, detrás del iris, de la córnea, la vio caminar, descalza, con el pelo negro atado en un rodete alto, como a él le gustaba. Recordó cuánto, cuánto amaba deslizar los dedos por la nuca morena,

ACUARELAS

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  Cuando yo tenía siete años, mi padre le abrió un hueco en la cara a mi madre, de un escopetazo, y después se metió el caño en la boca y se suicidó. Todo esto pasó como una película, en mi cuarto, y ante mis ojos. Podría dibujar, si quisiera, la trayectoria de la bala tallando el maxilar superior, diseñando el agujero central donde estaba la nariz, creando esa careta informe que iba a ser la cara de mi mamá para siempre. La sangre se disparó como loca hasta el empapelado de la pared y también sobre mis muñecos de Toy Story y sobre mí. Las esquirlas flotaban en el aire hasta que cayeron en el temblor del segundo escopetazo que se pegó mi papá.  Pero no quiero dibujar ésto.  Pinto cuadros näif. Uso colores pasteles. Pinto paisajes de montaña, también océanos y me animé un par de veces con pájaros. La vida fue linda después. Viví en lo de mis abuelos un tiempo hasta que crecí y me puse a estudiar bellas artes. Caminaba todos los días por el campus universitario, cargando mi carpeta gigan

El trabajo

 Hace mucho que no luchas? La Noel lo miró desde el cuarto del fondo de sus ojos marrones. Cansada, como la cansaban los chabones.Y si, asi en gimnasio de boxing hace mucho que no lucho, le dijo. Desde la última cesárea, (los brazos flacos la delataban), desde el último laburo fijo también, se acordaba ahora, no había plata para comer, menos para pagar box. Adoraba el ring, ponerse los guantines y darle a bolsa sin piedad, se le había hecho duro todo ese tiempo sin poder descargar en la bolsa, el cuero rojo que tomaba la forma del enemigo del dia. Podía ser la patrona, la boleta de la luz que no pudo pagar, el padre que nunca conoció, la madre que apenas podía con su vida, las botellas de alcohol que le habían quitado a su hermana, el Rody, el que la seguía de noche silbandole cuando volvía al barrio. Todos los fantasmas de la Noel se morían en la bolsa del gimnasio. Mejor dicho, ella, los mataba a golpes. Empezá con la bolsa más liviana, le dijo el instructor, hace cinco series de vei

Love Story

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  "La fragancia aquella vez era la misma que ahora, Paco Rabanne. Luigi la olió por primera vez en la casa de la zona universitaria en la que su mamá lavaba ropa dos veces por semana”. Martín leyó las primeras líneas del libro y ya se sintió cansado, con sueño. Había pensado en dormir una siesta en la reposera al lado de la pileta. Muchos libros le habían regalado por su cumpleaños. La fiesta fue fenomenal, como todos los años, el comentario del country. La noche fue perfecta, fresca, los livings resaltaban en el césped verde y recién cortado las mesas con manteles blancos y bombillas pendiendo del cable para darle el toque vintage. Martín le daba un estilo distinto a la fiesta cada año, podía ser hippie chic, psicodélica, años ochenta y este año eligió vintage. La pileta estaba impecable y flotaban recipientes con velas y pétalos de flores. Todo estaba muy melancólico, igual que él, a un año de la muerte de Fabio. Este, el de anoche, había sido un festejo tranquilo, más bien abur

Tinita

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La vieja por fuera parecía normal, jamás se dejaba crecer ni una cana y se embadurnaba con crema antiarrugas la cara todas las noches. Tanto se ponía la crema, que la piel no  envejecía, y daba la impresión que el efecto se expandía a todo el cuerpo porque la vieja nunca se encorvó, ni usó bastón, nunca en su vida. Yo nací en contra de su voluntad, a pesar de sus intentos caseros para que mi mamá abortara, a pesar del té de perejil que le daba de tomar todas las noches, la vieja no se olvidaba nunca de la infusión y le decía a mi mamá, que era más inocente que yo sin nacer, que era un remedio para evitar la acidez del embarazo, que cortaba las náuseas, que lo tome tranquila mientras mi papá miraba de reojo sin importarle demasiado porque en realidad, él , tampoco quería que yo naciera. Así fue que mi mamá religiosamente todas las noches tomaba el té de marras, hasta los tres meses de gestación, porque vió ella en la tele,  que ahí era cuando se acababan los vómitos, y le dijo que graci

Perdedor

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  A un gran perdedor como yo, no le hace justicia una sola historia, en cambio citaré (a continuación y sin respiro, sin repetir y sin soplar, todas las microveces que me convirtieron en un perdedor diplomado) cuando el test de embarazo le dió positivo/ el día que no te crucé/ la leche caliente que no pude alcanzarle al pibe de la calle/ los exámenes que aprobé/ el día que le dije que no/ la noche que le abrí la puerta/ los silencios que no rompí/ las cartas que escribí y no se merecían/ las canciones que no quise escuchar/ esa marcha atrás que juré no hacer/ el crédito bancario que no pedí/ las citas que llegué tarde/ las citas que llegué temprano/ la fiesta que no quise ir/ los hombros que cargué con culpas/ la chica de la esquina y su sonrisa perfecta/ el perro que no rescaté/ el arroz pegado en el fondo de la olla/ la canilla goteando a las tres de la mañana/ los murciélagos que no maté/ los penales que no pateé/ las desideratas que no escribí/ los fuegos que supe armar/ la cama en

Vidrios

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 Vení para acá Constanza, te grité como loco desde la ventana del living mientras te veía correr cruzando la calle, el asfalto gris, negro plomizo como el cielo que te contorneaba la figura, juro que la bufanda roja que tenías puesta volaba como cisne pesado a la vuelta de tu cuello, de tus hombros, aleteaba en tus oídos vaya uno a saber que cosa te decía, mejor mucho mejor, de las que yo podría haberte dicho.  Y había hablado mucho esa tarde noche, vacío de sentido vocalizaba lo indecible de mis ojos, de mis ojos sucios que te miran siempre Constanza, aunque creas que no, aunque sientas la soledad penetrarte la garganta a las siete de la tarde de un miércoles cualquiera, no puedo hacer otra cosa más que mirarte porque tocarte no puedo, ni debo, aunque me muera de las ganas, aunque adivine tu deseo, aunque se me agrieten todos los papeles que me alcanzas con cualquier excusa todos los días desde la oficina con ese pasito de cervatillo herido, suplicante, penoso. No puedo tocarte. No de